En pocas palabras. Javier J. Jaspe
Washington D.C.
La serie que continuamos hoy ha sido inspirada por un importante libro del renombrado autor mexicano, Carlos Fuentes, fallecido en 2012, considerado por muchos como una obra capital para el conocimiento de la historia y cultura latinoamericanas. Me refiero a El espejo enterrado, con el cual Fuentes aporta su luminosa y aleccionadora visión de los primeros 500 años transcurridos desde el descubrimiento de América por Cristobal Colón en 1492. Esta obra fue publicada en su primera edición en México en 1998 y la que utilizamos corresponde a la décimacuarta reimpresión (Taurus bolsillo), junio 2005, 590 páginas.
El objetivo de la serie no es realizar un análisis
de este libro, sino el de aportar breves textos adicionales encontrados en
Intenet, sobre temas y personajes mencionados en el mismo, en las páginas que se
indican entre paréntesis al lado de cada tema o personaje. Otros temas y
personajes podrán agregarse, caso en el cual se mencionará al lado: (jjj). Los
textos de Internet se transcriben en itálicas, en español o inglés, según sea
el caso, con indicación de su fuente. Este nonagésimo cuarto artículo se
refiere a temas y personajes que van desde
Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840) hasta Bernardino Rivadavia (1780-1845).
Veamos:
Gaspar Rodríguez de Francia (386, 395,
396) –
“(Asunción, 1766 - 1840) …..https://www.biografiasyvidas.com/biografia/f/francia.htm….….José Gaspar
Rodríguez de Francia fue un prócer y dictador paraguayo; nació en Asunción,
capital de la República del Paraguay, el 6 de enero de 1766; sus padres fueron
Joseph Engracia García Rodríguez de Francia y Josefa de Velasco y Yegros. Es
considerado el ideólogo y principal dirigente político que llevó adelante la
Independencia de nuestro país del Reino de España el 14 y 15 de Mayo de 1811,
durante su mandato logró afianzar la independencia y por ello se lo conoce como
el padre de la nacionalidad paraguaya. Cursó sus estudios básicos en Asunción,
y luego se trasladó a la Universidad Real de Córdoba del Tucumán donde cursó la
carrera de Teología obteniendo los títulos de Bachiller Licenciado y Maestro en
Filosofía y de Bachiller Licenciado y Doctor en Sagrada Teología.
En 1808 el Cabildo de Asunción lo nombró alcalde ordinario de primer voto; en
1810, síndico procurador general y diputado electo ante la Junta de Buenos
Aires; el 24 de julio de 1810, durante el Cabildo Abierto, expuso su convicción
sobre la liberación de Paraguay como colonia española, luego fue candidato a
diputado a las Cortes de Su Majestad, a la cual finalmente no asistió por
desatarse la Revolución de 1811.El Dr. Francia fue Miembro del Triunvirato,
primer gobierno del Paraguay independiente, posteriormente el congreso del 17
de junio de 1811 lo eligió miembro de la Junta Superior Gubernativa; luego
celebró con el gobierno de Buenos Aires un tratado por el cual este reconoció
la independencia paraguaya. El congreso de 1813 los designó a él y al patriota
Fulgencio Yegros como integrantes del Consulado. Finalmente el Congreso de 1814
lo designó dictador temporal dela República por cinco años, y luego el Congreso
General de 1816 lo nombró Dictador Perpetuo de la República, cargo que ocupó
hasta su muerte.
Se sabe que fue un hombre rígido, solitario, justiciero, que convirtió el destino del Paraguay en el suyo propio. Sus errores y aciertos los llevó a cabo con el convencimiento de hacer un bien a su país……. (http://www.mdn.gov.py/index.php/efemerides/natalicio-del-nacimiento-del-doctor-francia)......
El Congreso de 1816 concedió el 19 de junio a Francia la
perpetuidad de su dictadura. Minuciosamente gobernaría y dispondría, sin más
ley que su voluntad, de la vida de los ciudadanos, que no podían casarse ni
viajar sin su permiso ni permanecer en la calle a su paso.
Organizó un ejército sometido exclusivamente a él y que
sostendría su dictadura. Redujo la administración considerablemente —no hubo
ministros ni Congreso— y la legislación se redujo a la resolución de los casos
que se presentaban; suprimió el cabildo municipal de Asunción y el Consulado y
él fue el juez supremo; a las gentes de color se aplicaba la pena de azotes y
Francia incluyó a sus enemigos y sus familias en la categoría de mulatos.
La enseñanza pública quedó suprimida, pero los
particulares tuvieron interés en sostener maestros y la enseñanza logró
mantenerse; pero no hubo más bibliotecas que la reservada del dictador ni
existió imprenta ni se introdujeron más libros que los destinados a su uso. La
dureza de su régimen se transformó en terror a raíz de la conspiración
fracasada de 1821, dirigida por los hermanos Montiel, que dio pretexto para
numerosos encarcelamientos, confiscaciones y ejecuciones, entre ellas la de los
patriotas Yegros y Cavallero, suicidándose este….. Aisló el Paraguay,
estableciendo al final una total incomunicación, sin que nadie pudiera salir ni
entrar, tras monopolizar el comercio exterior, limitándose este a dos puntos en
las fronteras argentina y brasileña, y por trueque, por estar prohibida la
salida de moneda; muy caros los artículos importados y fijado un bajo precio
para los propios, bajó el nivel de vida en géneros de uso, pero no hubo hambre
por la abundancia de ganado y se desarrolló la elaboración de tejidos de
algodón.
Artigas, refugiado en el Paraguay (1820), fue encerrado en un convento y luego confinado en lugar lejano. El naturalista francés Bonpland permaneció recluido en el país diez años (1821-1831), pese a las gestiones incluso del emperador del Brasil y de Bolívar, que pensó por un momento invadir el Paraguay y derribar a su dictador. No mantuvo Francia relaciones diplomáticas y rechazó los intentos de varios países por establecerlas, salvo unas breves con el Brasil. Aislamiento al que el pueblo estaba ya acostumbrado, en algunas regiones, por el antiguo sistema jesuítico…..” (https://www.nubeluz.es/personajes/libertadores/francia.html).
También puede verse:
(https://www.todo-argentina.net/biografias-argentinas/jose_gaspar_rodrigues_de_francia.php?id=818);
(https://www.biografiasyvidas.com/biografia/f/francia.htm);
(https://www.britannica.com/biography/Jose-Gaspar-Rodriguez-de-Francia);
(https://www.siicsalud.com/saludalmargen/pacientes/01420015.php);
(https://www.youtube.com/watch?v=OERbF6-fWBs, Historia
Diplomática del Paraguay);
Juan Manuel de Rosas (384, 385, 387, 389, 390, 391, 392, 393, 394, 396, 407, 422) – “….(Buenos Aires, 1793 - Swathling, Hampshire, 1877) Militar y político argentino que se erigió en gobernador de la Confederación Argentina e inició un mandato dictatorial que daría nombre a un periodo de la historia del país: la «época de Rosas» (1835-1852).
Juan Manuel de Rosas se incorporó muy joven al ejército
que hizo frente a la segunda invasión británica de Argentina, pero no intervino
en las luchas por la independencia. Retirado al campo, se convirtió en un gran
propietario ganadero de la Pampa, organizando en su estancia un ejército
personal para combatir a los indios, ajeno en un principio a los
enfrentamientos civiles entre unitaristas y federalistas que habían de marcar
las primeras décadas de la Argentina independiente.
En 1828, al ser derrocado y ejecutado por los unitarios
el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, Juan Manuel de
Rosas encabezó un levantamiento popular que triunfó en Buenos Aires y en el
resto del litoral, mientras que las provincias del interior permanecían en el
campo unitario. Tras ser capturado el general unitario José María Paz, el
interior fue reconquistado y Argentina volvió a la unidad bajo la égida de los
caudillos federalistas Juan Manuel de Rosas, Estanislao López y Facundo Quiroga.
Entre 1829 y 1832 ejerció como gobernador de Buenos
Aires, puesto al que renunció por no concedérsele poderes absolutos. Dejó el
cargo a un hombre de su confianza, Balcarce, aunque Rosas siguió dominando la
situación como comandante en jefe del ejército. Nuevamente gobernador de Buenos
Aires en 1835, ahora con plenos poderes, Rosas tuvo que hacer frente al
malestar provocado por el bloqueo de la armada francesa (1837) y al
enfrentamiento con la Confederación Perú-boliviana.
Con el apoyo francés, el unitarista Juan Lavalle organizó
un ejército de descontentos que avanzó hacia Buenos Aires. Sin embargo, Rosas,
tras lograr un tratado con Francia, pudo reconquistar el interior, donde nombró
gobernadores adictos. De este modo, en 1842 alcanzó un poder absoluto sobre el
territorio nacional, se autoproclamó «tirano ungido por Dios para salvar a la
patria» y disolvió la Cámara de Representantes. Apoyándose en las masas
federales (campesinos, gauchos, negros), organizó el Partido Restaurador
Apostólico y mantuvo al país en una perenne cruzada contra los unitarios,
exterminando a sus enemigos.
Su gobierno dictatorial logró la estabilidad política
interna, mantuvo la integridad nacional y favoreció el crecimiento económico.
Intervino en los conflictos internos de Uruguay, apoyando al conservador Manuel Oribe contra el
liberal José Fructuoso Rivera. Sitió
Montevideo, pero los británicos obligaron a la escuadra argentina a levantar el
bloqueo. Argentina tuvo que sufrir entonces la intervención de los británicos y
los franceses, que bloquearon Buenos Aires (1845) y organizaron una expedición
para penetrar por Paraná.
Aunque
los intervencionistas no consiguieron derrocar a Rosas, en 1850 Justo José de
Urquiza, gobernador de Entre Ríos, se rebeló con el apoyo de los
unitarios y de los Gobiernos de Brasil y de Montevideo, invadió Santa Fe,
marchó sobre Buenos Aires y derrotó a las tropas de Rosas en la batalla de
Caseros (1852). Rosas, cuya base popular se había visto deteriorada por la
política fiscal que cargaba la financiación del déficit sobre las clases más
humildes, huyó entonces a Gran Bretaña; en 1857 fue juzgado y condenado a
muerte en rebeldía por el Senado y la Cámara de Representantes. Perdida toda su
influencia, pasó los últimos veinte años de su vida en el exilio…..” (https://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rosas.htm, por Ruiza M.
Fernández T. y Tamaro E.). También puede verse:
(https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/745/Juan%20Manuel%20de%20Rosas);
(https://www.elhistoriador.com.ar/juan-manuel-de-rosas/, por Felipe
Pigna);
(https://www.britannica.com/biography/Juan-Manuel-de-Rosas);
(https://www.youtube.com/watch?v=vd9Kth40qJA, DeArte);
(https://www.oxfordbibliographies.com/view/document/obo-9780199766581/obo-9780199766581-0069.xml);
(http://www.iese.edu.ar/EUDE/?p=3827);
Facundo: civilización y barbarie (385, 388) – “….Es el Facundo, de Sarmiento, la obra más famosa en la abundante bibliografía de su autor, y, según es notorio, una de las más afortunadas en la bibliografía nacional. Su título ha traspuesto la ambigua esfera de la minoría letrada para bajar al pueblo y a la escuela, mientras penetraba su doctrina en los campos de la controversia y de la acción sociales. Ha ido más lejos este libro aún, trasponiendo el límite de nuestro territorio para interesar a toda América, y franqueando los aledaños de nuestro idioma para ser vertido, siquiera fragmentariamente, a cuatro lenguas europeas—fortuna esta última raras veces lograda por escritores de la América española—. Libro así prestigiado, por el éxito editorial y la indiscutida gloria de su autor, no podía faltar en la Biblioteca Argentina, y ella se atreve a reeditarlo, no para colmar un vacío, puesto que son numerosas las ediciones del Facundo, sino porque creemos que siempre habrá lectores para obra tan fundamental, y que nuestra colección quedaría incompleta si omitiéramos ésta, vinculada a las fuerzas más esenciales de nuestra cultura.
Este es un libro
que ya tiene historia. Si por la propia expansión de su mérito no hubiera
logrado un éxito tan general, es bien seguro que lo hubiera conseguido bajo el
glorioso auspicio de su autor, por la persistencia, vanidosa primero, orgullosa
después, con que Sarmiento lo invocaba como el mayor de sus títulos. Si al
volver de la proscripción,{10} cuando Caseros invocaba a Facundo para alistarse entre los
jefes de la milicia y entre los estadistas de la organización, todavía siguió
invocándolo treinta años después, como una de las fuerzas que derrocaron la
tiranía de Rosas y como una de las más vivientes páginas de la literatura
americana. En 1881, a propósito de la traducción italiana de este libro,
Sarmiento escribía: «No vaya el historiador en busca de la verdad gráfica a
herir en las carnes del Facundo,
que está vivo; ¡no lo toquéis!; así como así, con todos sus defectos, con todas
sus imperfecciones, lo amaron sus contemporáneos, lo agasajaron todas las
literaturas extranjeras, desveló a todos los que lo leían por la primera vez, y
la Pampa Argentina es tan poética hoy en la tierra como las montañas de la
Escocia diseñadas por Walter Scott, para solaz de las inteligencias[1]. Y luego los ricos no despojen al
pobre quitándole la venda de los ojos a los que lo traducen, cuarenta años
justos después de haber servido de piedra para arrojarla ante el carro triunfal
de un tirano, ¡y cosa rara!, el tirano cayó abrumado por la opinión del mundo
civilizado, formada por ese libro extraño, sin pies ni cabeza, informe,
verdadero{11} fragmento
de peñasco que se lanzaron a la cabeza los titanes...»[2]. Exageraba el autor, sin duda
alguna, en ese fragmento, la importancia «cívica» de su obra, atribuyendo a
sólo ese libro lo que fué penoso esfuerzo de toda una generación; pero nadie
podrá negar que tal fragmento define, con maravilloso acierto de autocrítica,
la verdadera condición «literaria» del glorioso panfleto[3].
Panfleto fué en
sus orígenes el Facundo:
panfleto periodístico, improvisado, banderizo. Es bien sabido que su primera
edición apareció en los folletines de El Progreso, en Chile, el año 1845. Había publicado Sarmiento en
ese mismo periódico unos Apuntes
biográficos sobre Aldao, el fraile caudillo, muerto a principios de
aquel año en{12} Mendoza. Como el libro gustase a los emigrados
argentinos, lo estimularon éstos, y algunos jóvenes camaradas chilenos, a que
escribiese una obra de mayor aliento dentro del género, y así le vino la idea
de referir la vida de Juan Facundo Quiroga. Confiesa él mismo que improvisó la
redacción, y que durante los meses de mayo y junio fué publicando sus
entregas El Progreso, a
medida que Sarmiento las escribía. El fondo del relato biográfico lo
constituían sus propios recuerdos y el testimonio de la tradición oral,
recogida en cartas y conversaciones de los proscriptos más ancianos. Pero no
reside en esto la fuerza y originalidad de este libro, sino en la asociación
que hizo de la vida del héroe con el ambiente geográfico y con los problemas
urgentes de la organización nacional. El medio físico de la pampa sirvióle a su
paleta de escritor para el colorido romancesco de la obra, necesario a la
índole del folletín y al gusto romántico de su época; en tanto que las guerras
civiles del caudillo, protagonista vigoroso de ese medio salvaje, sirviéronle a
su pensamiento de político para el imprescindible ataque a Rosas, en que no
cejaron, hasta después de Caseros, los poetas y publicistas de la proscripción.
Origen tan humilde y azaroso explica todas las calidades y defectos del Facundo; las fallas de justicia y de
verdad que han sido ya denunciadas; los aciertos de intuición social y de
belleza literaria que constituyen la esencia vital de este libro. Por estos
últimos ha sobrevivido a las circunstancias externas que le dieron origen,
transmutada ya su primitiva y perecedera fuerza «política» en nueva y durable
fuerza «espiritual». Lo que estuvo en el plano de la «historia» ha pasado ya,
gracias al genio de su autor, el plano más excelso de la «epopeya».
Sarmiento no
escribió la biografía de Facundo, sino creó{13} su leyenda. Compuso el poema épico de la montonera; y
si desde 1845 sirvió este libro como verdad pragmática contra Rosas, y desde
1853 como verdad pragmática contra el desierto, después de 1860, debemos tender
a utilizarlo solamente como verdad pragmática en favor de nuestra cultura
intelectual, por la emoción profunda de tierra nativa, de tradición popular, de
lengua hispanoamericana y de ideal argentino que ese libro traduce en síntesis
admirable……”
(https://www.gutenberg.org/files/33267/33267-h/33267-h.htm, Nota
Introductoria por Ricardo Rojas). También puede verse:
(https://bcn.gob.ar/uploads/Facundo_Sarmiento.pdf, por Alejandro Laera)
(http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/para-una-lectura-de-facundo-de-domingo-f-sarmiento/html/e6127b23-d5bd-4e50-a1b9-c5c6eca3730d_2.html, por Noé
Jitrik);
(https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-58112000001200008, Miguel Alvarado
B.):
https://www.gradesaver.com/facundo/guia-de-estudio/summary-introducci%C3%B3n-cap%C3%ADtulos-1-3
http://elblogdemara5.blogspot.com/2013/01/analisis-de-facundo-o-civilizacion-y.html
(https://www.elhistoriador.com.ar/sarmiento-entre-su-civilizacion-y-su-barbarie/, Fuente: Felipe
Pigna….);
(https://www.youtube.com/watch?v=V6LncLup2mQ, De Arte);
(https://www.youtube.com/watch?v=kzqbE3I3WDI, Libro para los
pibes);
(https://www.youtube.com/watch?v=PC4tSNm_8Ko, Resumenes
Entelekia);
(https://www.youtube.com/watch?v=nYflOSRi95c, Ariel
Assumpcao);
Bernardino Rivadavia (Argentina) (387, 388, 389, 392) – “….Bernardino Rivadavia, es citado a diario al hacer referencia al Sillón Presidencial. Su nacimiento fue en Buenos Aires el 20 de mayo de 1780 y anotado como Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia y Rodríguez de Rivadavia. Su padre abogado español, influyente se llamaba Benito Bernardino González de Ribadavia y María Josefa de Jesús Rodríguez de Ribadavia y Rivadeneyra.
Intuitivo,
lector y de carácter fuerte, Bernardino Rivadavia no concluyó los estudios que
cursaba en el Real Colegio de San Carlos y meses antes de la Revolución de
Mayo, en diciembre de 1809 se casó con la hija del ex-Virrey Joaquín del Pino.
Con Juana del Pino tuvo cuatro hijos: José Joaquín, Constancia
(murió antes de cumplir 4 años de edad), Bernardino Donato y Martín.
Fue
ingresando en los círculos políticos de la mano de los gobernantes españoles,
propios de la época.
Actuó
en las Invasiones Inglesas y Liniers lo nombró Alférez Real, designación
rechazada por el Cabildo de Buenos Aires.
Si
bien Bernardino Rivadavia voto en la Revolución de Mayo por la destitución del
Virrey Cisneros la Junta Grande lo consideró hombre ligado a España y lo alejó
de todo poder. Sin embargo, ante sus ideas centralistas, el Primer Triunvirato
lo nombró su Secretario de Guerra. Desde allí comenzó su influencia pública, a
punto tal que ese gobierno ordenó retirar el Ejército del Norte, pero Manuel
Belgrano ya había derrotado a tropas españolas en la batalla de Tucumán y
expulsado a los realistas.
Estos
hechos movilizaron a varios hombres a deshacer el Triunvirato y Rivadavia por
orden de San Martín, Carlos María de Alvear, Manuel Guillermo
Pinto y Francisco Ortiz de Ocampo.
Entre
1820 y 1824 fue ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la provincia de
Buenos Aires durante el gobierno del general Martín Rodríguez.
Partidario
de la organización nacional, durante la vigencia del Congreso General de 1824
destinado a redactar una constitución, el inicio de la Guerra del Brasil
motivó la creación inmediata del cargo de presidente de la Nación Argentina y
—tras ser elegido— fue el primero en ocuparlo.
La
sanción de la Constitución Argentina de 1826, de fuerte contenido unitario,
rechazada por las provincias y su propio repudio a la Convención Preliminar de
Paz de 1827 con el Imperio del Brasil para finalizar la guerra -a la que tildó
de “tratado deshonroso”- motivaron su renuncia a la presidencia, siendo
sucedido por Vicente López y Planes, pero al poco tiempo las autoridades
nacionales se disolvieron, situación que se prolongó hasta 1852.
Luego
de su renuncia se exilió finalmente a España, en donde murió en el 2 de
septiembre de 1845.
Sus
restos fueron repatriados a Argentina en el año 1857, recibiendo honores de
Capitán General. En la actualidad descansan en un mausoleo situado en la Plaza
Miserere, en Buenos Aires, adyacente a la Avenida Rivadavia nombrada en su
honor.
Sus
acciones tales como no apoyar la gesta sanmartiniana, el empréstito Baring Brothers, cerrar
varios conventos, incautar los bienes propios del Santuario de Luján,
los de la Hermandad de Caridad, del Hospital de Santa Catalina y otros,
suprimir el diezmo, impuesto tradicional que servía para el sostenimiento
del clero, entre medidas sobre el clero, le han significado críticas que
perduran. A ello se suma que dictó una Ley de Enfiteusis, como garantía del
empréstito a la compañía inglesa. Se dispuso la hipoteca de todas las tierras y
demás bienes inmuebles de propiedad pública, prohibiendo su enajenación en toda
la Nación.
Sus ideales
siguen siendo motivo de contradicciones en círculos políticos y sociales.
Bernardino
Rivadavia sigue siendo nombrado a diario, y a veces sin saber por qué…..”
(https://www.cadenanueve.com/2017/09/02/el-protagonismo-de-bernardino-rivadavia-a-172-anos-de-su-muerte/). También puede verse:
(https://sites.google.com/site/mateamargobrown/rivadavia-otro-traidor-a-la-patria);
(https://www.infobae.com/sociedad/2020/09/02/la-muerte-de-rivadavia-olvidado-en-el-exilio-y-la-historia-de-su-ultima-voluntad-que-no-fue-respetada/, por Adrián Pignatelli);
(https://www.todo-argentina.net/biografias-argentinas/bernardino_rivadavia.php?id=807);
(https://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rivadavia.htm);
https://marcelobonelli.cienradios.com/bernardino-rivadavia-fue-designado-primer-presidente-la-hoy-republica-argentina/, Fernando del Corro);
(https://www.youtube.com/watch?v=m2C1fZYQldY, Geografía
Historia);
(https://www.youtube.com/watch?v=0qvtP2umO1Q, La Nación);
(https://www.youtube.com/watch?v=F_PXS4z-Ym4, Vivo en Arg.
Reflexiones);
Jorge
Luis Borges: Prólogo a «Facundo» de Domingo Faustino Sarmiento
EN: https://borgestodoelanio.blogspot.com/2014/09/jorge-luis-borges-prologo-facundo-de.html
“Único en el siglo XIX y sin heredero en el nuestro, Schopenhauer pensaba que la historia no evoluciona de manera precisa y que los hechos que refiere no son menos casuales que las nubes, en las que nuestra fantasía cree percibir configuraciones de bahías o de leones. (Sometimes we see a cloud that's dragonish, leemos en Antonio y Cleopatra.) La historia es una pesadilla de la que quiero despertarme, confirmaría James Joyce. Más numerosos, por supuesto, son los que perciben o declaran que la historia encierra un dibujo, evidente o secreto. Básteme recordar, un poco al azar de la pluma, los nombres del tunecino Abenjaldún, de Vico, de Spengler y de Toynbee. El Facundo nos propone una disyuntiva —civilización o barbarie— que es aplicable, según juzgo, al entero proceso de nuestra historia. Para Sarmiento, la barbarie era la llanura de las tribus aborígenes y del gaucho; la civilización, las ciudades. El gaucho ha sido reemplazado por colonos y obreros; la barbarie no sólo está en el campo sino en la plebe de las grandes ciudades y el demagogo cumple la función del antiguo caudillo, que era también un demagogo. La disyuntiva no ha cambiado. Sub specie aeternitatis, el Facundo es aún la mejor historia argentina.
Hacia 1845, desde su
destierro chileno, Sarmiento pudo verla cara a cara, acaso en una sola
intuición. Es lícito conjeturar que el hecho de haber recorrido poco el país,
pese a sus denodadas aventuras de militar y de maestro, favoreciera la
adivinación genial del historiador. A través del fervor de sus vigilias, a
través de Fenimore Cooper y el utópico Volney, a través de la hoy olvidada
Cautiva, a través de su inventiva memoria, a través del profundo amor y del
odio justificado, ¿qué vio Sarmiento?
Ya que medimos el
espacio por el tiempo que tardamos en recorrerlo, ya que las tropas de carretas
tardaban meses en salvar los morosos desiertos, vio un territorio mucho más
dilatado que el de ahora. Vio la contemporánea miseria y la venidera grandeza.
La conquista había sido superficial, la batalla de San Carlos, que fue acaso la
decisiva, se libraría en 1872. Hubo sin duda tribus enteras de indios, ante
todo hacia el Sur, que no sospecharon la amenaza del hombre blanco. En las
llanuras abonadas por la hacienda salvaje que nutrían, procreaban el caballo y
el toro. Ciudades polvorientas, desparramadas casi al azar —Córdoba en un
hondón, Buenos Aires en la barrosa margen del río—, remedaban a la distante
España de entonces. Eran, como ahora, monótonas: el tablero hispánico y la
desmantelada plaza en el medio. Fuimos el virreinato más austral y más
olvidado. De tarde en tarde cundían atrasadas noticias: la rebelión de una
colonia británica, la ejecución de un rey en París, las guerras napoleónicas,
la invasión de España. También, algunos libros casi secretos que encerraban
doctrinas heterodoxas y cuyo fruto fue cierta mañana del día 25 de Mayo. Es
costumbre olvidar la significación intelectual de las fechas históricas; los
libros a que aludo fueron leídos con fervor por el gran Mariano Moreno, por
Echeverría, por Várela, por el puntano Juan Crisóstomo Lafinur y por los
hombres del Congreso de Tucumán. En el desierto, esas casi incomunicadas
ciudades eran la civilización.
Como en las demás
regiones americanas, desde Oregón y Texas hasta el otro confín del continente,
poblaba las campañas un linaje peculiar de pastores ecuestres. Aquí, en el sur
del Brasil y en las cuchillas del Uruguay, se llamaron gauchos. No eran un tipo
étnico: por sus venas podía o no correr sangre india. Los definía su destino,
no su ascendencia, que les importaba muy poco y que, por lo general, ignoraban.
Entre las veintitantas etimologías de la palabra gaucho, la menos inverosímil
es la de huacho, que Sarmiento aprobó. A diferencia de los cowboys del Norte,
no eran aventureros; a diferencia de sus enemigos, los indios, no fueron nunca
nómadas. Su habitación era el estable rancho de barro, no las errantes
tolderías. En el Martín Fierro se lee:
Es triste dejar sus pagos
y largarse a tierra agena
llevándose la alma llena
de tormentos y dolores,
mas nos llevan los rigores
como el pampero a la arena.
Las correrías de Fierro no son las de un aventurero; son su desdicha.
La literatura
gauchesca —ese curioso don de generaciones de escritores urbanos— ha exagerado,
me parece, la importancia del gaucho. Contrariamente a los devaneos de la
sociología, la nuestra es una historia de individuos y no de masas. Hilario
Ascasubi, que Sarmiento apodaría «el bardo plebeyo, templado en el fuego de las
batallas», celebró a Los gauchos del Río de la Plata, cantando y combatiendo
hasta postrar al tirano Juan Manuel de Rosas y a sus satélites, pero podemos
preguntar si los gauchos de Güemes, que dieron su vida a la Independencia,
habrán sido muy diferentes de los que comandó Facundo Quiroga, que la
ultrajaron. Fueron gente rudimentaria. Les faltó el sentimiento de la patria,
cosa que no debe extrañarnos. Cuando los invasores británicos desembarcaron
cerca de Quilines, los gauchos del lugar se reunieron para ver con sencilla
curiosidad a esos hombres altos, de brillante uniforme, que hablaban un idioma
desconocido. Buenos Aires, la población civil de Buenos Aires (no las
autoridades, que huyeron) se encargaría de rechazarlos bajo la dirección de
Liniers. El episodio del desembarco es notorio y Hudson lo comenta.
Sarmiento comprendió
que para la composición de su obra no le bastaba un rústico anónimo y buscó una
figura de más relieve, que pudiera personificar la barbarie. La halló en
Facundo, lector sombrío de la Biblia, que había enarbolado el negro pendón de
los bucaneros, con la calavera, las tibias y la sentencia Religión o Muerte.
Rosas no le servía. No era exactamente un caudillo, no había manejado nunca una
lanza y ofrecía el notorio inconveniente de no haber muerto. Sarmiento
precisaba un fin trágico. Nadie más apto para el buen ejercicio de su pluma que
el predestinado Quiroga, que murió acribillado y apuñalado en una galera. El
destino fue misericordioso con el riojano; le dio una muerte inolvidable y
dispuso que la contara Sarmiento.
A muchos les
interesan las circunstancias en que un libro fue concebido. Hará treinta y
cinco años, Alberto Palcos halagó metódicamente esa curiosidad, que sin duda es
legítima. Transcribo su catálogo:
1. Desprestigiar a
Rosas y al caudillismo y, por ende, al representante de aquél en Chile, motivo
ocasional de la obra.
2. Justificar la
causa de los emigrados argentinos o, para emplear el vocablo del propio
Sarmiento, santificarla.
3. Suministrar a los
últimos una doctrina que les sirviese de interpretación y de incentivo en la
lucha y una gran bandera de combate: la de la Civilización contra la Barbarie.
4. Patentizar sus
formidables aptitudes literarias en una época en que éstas se acercaban a su
apogeo, y
5. Incorporar su
nombre a la lista de las primeras figuras políticas proscriptas, en previsión
del cambio fundamental a sobrevenir apenas desapareciese la tiranía.
Viejo lector de
Stuart Mill, acepté siempre su doctrina de la pluralidad de las causas; el
índice de Palcos no peca, a mi entender, de excesivo, pero sí de incompleto y
superficial. Según lo declara el compilador, se atiene a los propósitos de
Sarmiento, y nadie ignora que tratándose de obras del ingenio —el Facundo
ciertamente lo es— lo de menos son los propósitos. El ejemplo clásico es el
Quijote; Cervantes quiso parodiar los libros de caballería, y ahora los
recordamos porque acicatearon su burla. El mayor escritor comprometido de
nuestra época, Rudyard Kipling, comprendió al fin de su carrera que a un autor
puede estarle permitida la invención de una fábula, pero no la íntima comprensión
de su moraleja. Recordó el curioso caso de Swift, que se propuso redactar un
alegato contra el género humano y dejó un libro para niños. Regresemos, pues, a
la secular doctrina de que el poeta es un amanuense del Espíritu o de la Musa.
La mitología moderna, menos hermosa, opta por recurrir a la subconciencia o aun
a lo subconsciente.
Como todas las
génesis, la creación poética es misteriosa. Reducirla a una serie de
operaciones del intelecto, según la conjetura efectista de Edgar Alian Poe, no
es verosímil; menos todavía, como ya dije, inferirla de circunstancias
ocasionales. El propósito número uno de Palcos, «desprestigiar a Rosas y al
caudillismo y, por ende, al representante de aquél en Chile», no pudo por sí
solo haber engendrado la imagen vivida de Rosas como esfinge, mitad mujer por
lo cobarde, mitad tigre por lo sanguinario, ni la invocación liminar ¡Sombra
terrible de Facundo!
A unos treinta años
del Congreso de Tucumán, la historia no había asumido todavía la forma de un
museo histórico. Los proceres eran hombres de carne y hueso, no mármoles o
bronces o cuadros o esquinas o partidos. Mediante un singular sincretismo los
hemos hermanado con sus enemigos. La estatua ecuestre de Dorrego se eleva cerca
de la plaza Lavalle; en cierta ciudad provinciana me ha sido dado ver el cruce
de las avenidas Berón de Astrada y Urquiza, que, si la tradición no miente,
hizo degollar al primero. Mi padre (que era librepensador) solía observar que
el catecismo había sido reemplazado en las aulas por la historia argentina. El
hecho es evidente. Medimos el curso temporal por aniversarios, por centenarios
y hasta por sesquicentenarios, vocablo derivado de los jocosos sesquipedalia
verba de Horacio (palabras de un pie y medio de largo). Celebramos las fechas
de nacimiento y las fechas de muerte.
Fuera de Güemes, que
guerreó con los ejércitos españoles y valerosamente dio su vida a la patria, y
del general Bustos, que manchó su carrera militar con la sublevación de
Arequito, los caudillos fueron hostiles a la causa de América. En ella vieron,
o quisieron ver, un pretexto de Buenos Aires para dominar las provincias.
(Artigas prohibió a los orientales que se alistaran en el Ejército de los
Andes.) Urgido por la tesis de su libro, Sarmiento los identificó con el
gaucho. Eran, en realidad, terratenientes que mandaban sus hombres a la pelea.
El padre de Quiroga era un oficial español.
El Facundo erigido
por Sarmiento es el personaje más memorable de nuestras letras. El estilo
romántico del gran libro se ajusta de manera espontánea, y al parecer
ineludible, a los tremendos hechos que refiere y al tremendo protagonista. Las
ulteriores modificaciones o rectificaciones de Urien, de Cárcano y de otros nos
interesan tan escasamente como el Macbeth de Holinshed o el Hamlet (Amiothi) de
Saxo Gramático.
Muchas imperecederas
imágenes ha legado Sarmiento a la memoria de los argentinos: la de Facundo, las
de tantos contemporáneos, la de su madre y la suya propia, que no ha muerto y
que aún es combatida. Paul Groussac, que no lo quería, lo llamó «el formidable
montonero de la batalla intelectual» y ponderó «sus cargas de caballería contra
la ignorancia criolla».
No diré que el
Facundo es el primer libro argentino; las afirmaciones categóricas no son
caminos de convicción sino de polémica. Diré que si lo hubiéramos canonizado
como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y mejor.”
Buenos Aires, Librería «El Ateneo» Editorial, 1974
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