Monday, December 6, 2021

Historia de España (1): Los primeros pobladores y la Hispania romana

 Nota del Blog: Hoy iniciamos una serie sobre aspectos importantes en la Historia de España, según se reseña en Moncloa.gob.es, Web oficial del Gobierno de España y de la Presidencia del Gobierno español. La serie comprenderá varias entregas y transcribirá los textos como aparecen en los enlaces que se indicarán en cada caso.

Los primeros pobladores

La presencia de homínidos en la península Ibérica se remonta al Paleolítico Inferior, época de la que datan los restos hallados en el yacimiento de Atapuerca (Burgos), de unos 800.000 años de antigüedad. Los especialistas discuten aún el origen de estas poblaciones, quizá llegadas directamente de África a través del estrecho de Gibraltar o, más probablemente, a través de los Pirineos. En todo caso, desde esa época se encuentran en la península restos de utensilios y obras de arte correspondientes a las mismas culturas de cazadores y recolectores que se sucedieron en otras zonas de Europa.

Asimismo, la península Ibérica constituye el extremo occidental de un proceso de difusión cultural que discurre, hacia el quinto milenio anterior a nuestra era, a través del Mediterráneo partiendo de su extremo oriental. Este proceso, conocido como revolución neolítica, consiste básicamente en el cambio de una economía recolectora por otra productora, basada en la agricultura y la ganadería. Desde el 5000 ó 4000 a.C. y hasta el siglo XVI de nuestra era se abrirá otro periodo importante de la historia peninsular en el que la cuenca y la civilización mediterráneas resultarán determinantes.

Desde el año 1100 a.C. aproximadamente, y hasta mediados del siglo III a.C, el contacto comercial y cultural con las civilizaciones mediterráneas vendrá de la mano de fenicios (extendidos desde el Algarve, en el Atlántico sur peninsular, hasta el Levante mediterráneo) y griegos (situados desde el delta del Ebro hasta el golfo de Rosas, en el nordeste mediterráneo). Al final de esta etapa, ambas civilizaciones serán desplazadas por romanos y cartagineses, respectivamente.

De esta manera, entre los siglos XII y IV a.C. fue marcándose una diferencia sustancial entre una Iberia que discurría desde el nordeste mediterráneo hasta el Atlántico sur, por una parte, y una interior, por otra. Esta última estaba habitada por diversas tribus, algunas de ellas celtas, que contaban con una organización relativamente primitiva y se dedicaban al pastoreo trashumante, consistente en alternar los pastos de las tierras altas del norte, en verano, con los de la submeseta sur, en invierno.

Por el contrario, los pueblos de la costa, conocidos genéricamente como íberos, constituían ya en el siglo IV a.C. un conjunto de ciudades-estado, como por ejemplo Tartessos, muy similares e influidas por los centros urbanos, comerciales, agrícolas y mineros más desarrollados del Mediterráneo oriental. De ese periodo datan los primeros testimonios escritos sobre la península. Se dice que Hispania, nombre con el que los romanos conocían a la Península, es un vocablo de raíz semita procedente de Hispalis (Sevilla).

La Hispania romana

La presencia romana en la península sigue la línea de las bases comerciales griegas, pero estuvo condicionada por su pugna con Cartago por el control del Mediterráneo occidental durante el siglo II a.C. Será, en todo caso, éste el momento en que la península entrará como tal unidad en el circuito de la política internacional, convirtiéndose desde entonces en un objetivo estratégico codiciado a causa de su singular posición geográfica entre el Atlántico y el Mediterráneo y de la riqueza agrícola y minera de su zona sur.

La penetración y ulterior conquista de la península abarca el extenso periodo comprendido entre los años 218 y 19 a.C. Los romanos se sintieron alarmados por la expansión cartaginesa hacia el nordeste ya que consideraban que el río Ebro constituía la frontera natural de la Galia sujeta a su influencia.

Por esta razón se desencadenó la Segunda Guerra Púnica. Mientras Aníbal realizaba el legendario paso de los Alpes, las legiones romanas asaltaron su base española, Cartago Nova (actual Cartagena), con su puerto y sus minas. Su caída a manos de Publio Cornelio Escipión (209 a.C.) marca el declive del ejército de Aníbal en Italia y el comienzo de las conquistas romanas en la península.

Los romanos no pretendían únicamente reemplazar a los cartagineses, sino que buscaban extender su dominio al resto de la península. Allí tropezaron con una resistencia importante, sobre todo en la Hispania interior.

Entre las múltiples confrontaciones que tuvieron lugar a lo largo de la conquista romana la de más fama fue la llamada Guerra Celtibérico-Lusitana, prolongada durante veinte años (154-134 a.C). Las tácticas guerrilleras del caudillo lusitano Viriato y el legendario suicidio colectivo de la población de Numancia frente a sus sitiadores romanos fueron celebrados por los historiadores latinos.

La presencia romana en Hispania duró siete siglos, durante los que se configuraron los límites en relación con otros países europeos. Las divisiones interiores en que se compartimentó la provincia romana resultan así mismo premonitorias: Lusitania, Tarraconense, Bética. Pero los romanos no sólo legaron una administración territorial, sino también instituciones tales como la familia, la lengua, la religión, el derecho y el municipio, cuya asimilación instaló definitivamente a la Península dentro del mundo grecolatino y, más tarde, judeo-cristiano.

Los romanos se asentaron principalmente en las costas y a lo largo de los ríos. La permanente significación de ciudades como Tarragona, Cartagena, Lisboa y, sobre todo Mérida, así como el enorme despliegue en las obras públicas (calzadas, puentes, acueductos, templos, arcos, teatros, anfiteatros y circos) dan idea del sentido geográfico del poblamiento romano. No obstante, a comienzos del siglo V, el mapa de población comenzó a cambiar significativamente. Es entonces cuando diversos pueblos germánicos, como invasores unos, como aliados otros, irrumpirán en la Península para asentarse. Los visigodos lo harán en las regiones del interior y los suevos en el oeste. Paralelamente, y desde el siglo III, se irán acentuando unos procesos de reducción de la población urbana, de amurallamiento de las poblaciones, de extensión de la propiedad latifundista, de inseguridad en los campos y de debilidad de la institución estatal, frente al incremento de poder de las oligarquías locales, que brindan seguridad a cambio de fidelidad. Fenómeno importantísimo de ese periodo es el inicio de la cristianización de Hispania que permanece aún oscuro. Parece probable la presencia entre los años 62-63 de San Pablo y las persecuciones del siglo III, narradas por Prudencio, hablan ya de diócesis y mártires. Tras la libertad religiosa de Constantino tiene lugar el primer Concilio de la Iglesia hispana en el año 314.

EN: 

https://www.lamoncloa.gob.es/espana/paishistoriaycultura/historia/Paginas/index.aspx#antiguedad

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