El pasado 12 de enero se cumplieron 10 años del nefasto día en que un terremoto, de magnitud 7 -el más potente en la zona, desde hace dos siglos y medio-, devastó Haití. Difícilmente puede describirse la destrucción que tuvo lugar. Casi 320.000 personas perdieron la vida y otras 350.000 sufrieron heridas de consideración. Alrededor de millón y medio de personas quedaron sin sus viviendas. En la historia de las catástrofes, no cabe duda: la de Haití podría ser la que encabece el listado por la mortandad y sufrimientos que ocasionó.
El cuadro difícilmente podía ser peor: se derrumbaron hospitales, iglesias, cuarteles y escuelas. No había insumos médicos, ni agua, ni combustible, ni maquinaria que permitiera las operaciones para rescatar a las personas que permanecían vivas bajo los escombros. Muchos profesionales, como médicos, paramédicos, bomberos, policías, militares, ingenieros y otros que eran primordiales en aquel momento, habían fallecido, estaban heridos o no tenían los mínimos equipos para actuar. En términos prácticos, el país se quedó sin gobierno, sin infraestructura, sin vehículos, rotas las cadenas de mando, sin servicio telefónico y casi sin acceso a Internet.....
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